martes, 17 de marzo de 2020

"EL AMPARO Y EL COLOR MALVA" DE JOSÉ AGUSTÍN BLANCO REDONDO





"El amparo y el color malva"
José Agustín Blanco Redondo.

Primer premio en el II Certamen de Narrativa Marcos Zapata, Ayuntamiento de Ainzón (Zaragoza), mayo de 2017


Dedicado a los vecinos de Fuenllana (Ciudad Real)

“... y andábamos, estábamos perdidos
al borde casi de la misma luz”
Nicolás del Hierro


"Lo encontró un perro que husmeaba entre unas bolsas de basura. El anciano estaba descalzo, encogido, las rodillas arrimadas al pecho, una chaqueta de punto de mangas deshilachadas, los tobillos al aire bajo las perneras de un pantalón de tergal, una barba quizá de meses hurtando el frío a la piel del rostro, los ojos sumidos, el color malva de la congelación tiñendo despacio sus labios.
Lo encontró un perro hambriento y vagabundo, un perro que comenzó a aullar con el mismo sonido lúgubre con que el cierzo se arrastra por los bajos de la puerta de un zaguán para desterrar la templanza de las alcobas. 



Y aquel aullido solidario con los que acostumbran a penar a la intemperie, fue el que me avisó de que alguien estaba allí, entre unas bolsas de basura, el que logró que Bonifacio no muriera de frío aquella noche, como una alimaña enferma, como un despojo arrojado a un rimero de desperdicios.
Fui yo quien llamó a la ambulancia. Fui yo quien lo extrajo de aquel lugar infecto. Fui yo quien luego se hizo cargo del animal vagabundo, un mestizo de galgo con podenco que supo solidarizarse con el anciano mediante aquel aullido lúgubre, providencial. Y al intervenir de forma tan decisiva en el resurgimiento vital de Bonifacio, no pude sino interesarme al poco tiempo por su recuperación.
En el hospital buscaron su nombre en la cartera que llevaba en el bolsillo, una piltrafa de plástico que albergaba recortes de periódico, antiguos billetes de lotería, retratos desvaídos y un carnet ilegible, caducado hacía décadas, donde su fotografía en blanco y negro arrostraba la cámara con la solvencia de la juventud. Cuando acudí a visitarle, el anciano agradeció mis desvelos con una sonrisa leve y unas palabras apenas masticadas por sus encías huérfanas de dientes:
- Toma, te la regalo, es una fotografía en blanco y negro de la casa donde nací. La fachada enjalbegada se orienta al norte, las jambas y el dintel de la puerta son de arenisca roja, la reja de la ventana es de hierro macizo y el balcón también es de forja. Una de las mejores casas del pueblo, dijo con un rumor tenue de voz antes de cerrar los párpados y abandonarse a la placidez del sueño.



Me quedé con la vieja fotografía en la mano sin saber muy bien qué hacer con ella. Era cierto que me la había regalado, pero también sabía que el anciano aún estaba convaleciente y que, quizá, su conciencia aún no regía con la limpidez necesaria. Contemplé con curiosidad los sillares de arenisca que cercaban la puerta, el jalbegue de la fachada, la elaborada reja de la ventana y el balcón de forja entre cuyos barrotes se encastraba un balón de fútbol, como si algún crío hubiera chutado con fuerza y lo hubiera encajado entre los hierros. Guardé entonces su regalo en mi cartera y murmuré sin convicción la palabra gracias. Luego me despedí del anciano levantando apenas la mano izquierda y lo dejé descansar. Se lo merecía.
...................................

Le conté a mi mujer la peripecia del perro vagabundo y del anciano, justificando así el que hubiera decidido hacerme cargo de aquel chucho de mirada triste y costillas apretadas al pellejo. Es un perro noble, le aseguré. Si no hubiera sido por sus aullidos, ese hombre hubiera muerto de frío. De frío y de soledad.
Mi hija Valeria, además de ponerse muy contenta con la adquisición, puso enseguida nombre al animal, se llamará Quijote, por lo de proteger a los desamparados, y hay que llevarlo al veterinario esta misma tarde, dijo con una firmeza que no admitía reparos. Y aquella misma tarde, Quijote fue bañado, desparasitado, vacunado, aderezado con un collar de color burdeos y alimentado con un pienso especial para animales desnutridos. Una semana después, su pelo se tornó brillante y las costillas dejaron de apretarse a la piel. Quijote, el amparo de los menesterosos, era ya un perro distinto en un mundo diferente.



El fin de semana acudimos al pueblo de mis padres, un cuidado rimero de casas hincado en los medios del Campo de Montiel, ese mítico lugar donde las andanzas de Alonso Quijano quedaron escritas para la historia bajo la mano de Cervantes. Habían comenzado las vacaciones de Navidad y queríamos pasar estos días con la familia. Valeria, además, deseaba que sus abuelos conocieran a Quijote y su hazaña humanitaria. Mis padres andaban reformando la casa y requirieron nuestra opinión en cuanto a la demolición de los tabiques necesarios para renovar la distribución de las alcobas y de los baños. Llegamos al anochecer, con el tiempo justo de cenar y acostarnos. Una luna llena rodeada de un halo refulgente anunciaba lluvias para la mañana siguiente, lo sabía porque así me lo contó mi padre cuando yo era un niño, de la misma manera que él lo aprendió de su padre, en esa cadena ancestral de conocimientos forjados por el calor de la sangre compartida. A la mañana siguiente pudimos ver los andamios, la carretilla, los ladrillos, los sacos de cemento y yeso, aquel montón de arena y grava sobre el empedrado del patio. Las habitaciones se abrían a la galería superior, un corredor que mi madre quería aislar mediante cristaleras para guardar el calor en invierno.



La casa hacía esquina con una plaza arbolada en la que se erigía un antiguo convento de frailes transmutado, tras la desamortización del siglo diecinueve, en las dependencias del ayuntamiento. 



Desde la plaza se podía ascender a las ruinas medievales de Santa Catalina, antigua parroquia levantada bajo los auspicios de la Orden de Santiago, y también descender hasta la fuente de la Verjilla, rematada en un muro de mampostería encintada de ladrillo por donde asomaba el caño de bronce que derramaba el agua sobre un pilón labrado en piedra caliza.
Tomé a Valeria de la mano y salimos a la plaza arbolada. Un cielo restregado de nubes densas, ásperas, del mismo color de la brea, esperaba para evacuar su ración de agua sobre viñas y olivares, sobre liegos, labranzas y retamares, sobre las laderas descarnadas de los cerros. Quijote se adelantó con un trotecillo descabalado y se sentó justo en la esquina de la casa, enfrente del ayuntamiento, jadeando levemente, las orejas alerta, un gañido sordo, intermitente, quizá de impaciencia. 



Contemplé entonces cómo, tras los escombros de un falso tabique levantado en la cara norte con la intención, tal vez, de proteger la vivienda de los afanes del cierzo, había emergido, intacta, la antigua fachada principal. Una fachada con la puerta cercada por sillares de arenisca roja, la ventana protegida con una elaborada reja de hierro macizo y un balcón de forja entre cuyos barrotes se encastraba un viejo, desgarrado balón de fútbol.
Mientras Quijote emitía un gañido quizá algo más sentido, algo más triste, apreté la mano de Valeria y le dije, muy despacio, apenas con una hebra de voz:
- Vámonos hija, tenemos que acudir al hospital. Quizá tu bisabuelo quiera aún regresar a la casa donde nació. Quizá quiera pasar la Navidad en su pueblo, con nosotros"





Cuando todo pase podremos ir a buscar cada rincón literario que José Agustín nos ha dejado en Fuenllana. Porque todo pasará y la alegría inflamará las calles.
"Nadie es jamás tan viejo que después de un día no espere otro"
Séneca.

Fotografías de Miguel Felguera.

4 comentarios:

  1. Una historia preciosa de Jose Agustín ilustrada muy bien por las fotos de Miguel Felguera. Esta vez el color es el malva y el pueblo del Campo de Montiel, Fuenllana, y por supuesto, una buena recomendación final que trataremos de cumplir. Un abrazo a todos y continuad con este proyecto que nos da a conocer a través de fotografías y relatos, la historia de estos pueblos, que en su llaneza, componen los Campos de Montiel.

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    1. Para cuando todo acabe, podrás venir a conocer Fuenllana y seguro que a su alcalde, pendiente siempre de que los visitantes conozcan cada rincón de este preciso pueblo. Gracias, un abrazo.

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  2. También es muy bonito este pueblo también lo conozco, pequeño pero muy bonito, muy bien explicado Rosa, y bonita fotos.

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    1. Uno de los pueblos más cuidados y bellos del Campo, sin duda, gracias, un abrazo.

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