"Si el hombre debe callar,
cállese y cumpla su sino,
que lo que importa es andar.
Andar es sembrar camino
y morir es despertar..."
Emilio Prados.
Al escribir una entrada piensas que quizás algo "remuevas" en quien te lee, así ha sido con el tema de las supervivientes, esas plantas que soportan el clima de una forma estoica, admirable.
Conforme me iban llegando comentarios acerca de las diversas utilidades que tienen algunas plantas, me venía a la memoria el uso que hacía mi madre de ellas, quisiera puntualizar aquí que no soy manchega, sino de Jaén, pero con las plantas no hay límites ni barreras, el clima es muy parecido, el viento se mece a su antojo y los insectos y las aves vuelan libremente, qué placer. En fin, mi madre era cortijera, (qué enorme saber encierra esta palabra), y conocía el uso de muchas hierbas, hasta tal forma que apenas nos llevaba al médico; para todo mal tenía un remedio, por ejemplo, para el "dolor de tripa" la manzanilla con anís, este o era en grano o de la botella; el poleo para hacer bien la digestión; si nos resfriábamos nos hacía otra infusión, la de romero o la de eucalipto o elaboraba sus mezclas; si tosíamos mucho, cocía el orégano (cómo corta la tos persistente). A cualquiera de estas infusiones, si te apretaba la garganta, le añadía la "azúcar tostá" que todo lo apañaba; y si nos picaba un insecto nos frotaba con un ajo recién partido.
Y así ocurrió que su patio se fue llenando de plantas medicinales y con el tiempo, el mío también.
Mi padre, buen conocedor de la tierra, cargando de sabiduría sus años, me cuenta lo siguiente:
"Como no teníamos café ni dinero, tomábamos la achicoria, pero también se podía hacer con los granos limpios de la cebada, los tostábamos en un cacete y seguidamente le echábamos agua caliente, era lo que había, un sustituto del café.
Las hierbas las usábamos desde para arreglar las aceitunas ya dulces, sobre todo el tomillo y el hinojo; para los caracoles, la albahaca y la yerba luisa (ojo que no es una hierba, aquí sí que recuerdo el arbusto junto al pozo en el patio de casa, difícil olvidar la fragancia de las hojas)
Las berenjenas también se arreglaban con hinojo y se pinchaban con el tallo, esto se sigue haciendo, lo anterior también.
Sí que comíamos unos cardillos del campo, antes de que echaran la flor, tiernos y muy pinchosos, con mucho cuidado los pelábamos y el tallo, ya limpio, se consumía cocido en tortilla o en el potaje, era muy sabroso. Cuando echaban la flor era amarilla, por si lo vieras.
El cardo cuco de hoja blanca y verde también se comía, no era tan bueno como el anterior.
También comíamos unas plantas parecidas a las lechugas de flores de distintos colores, no, no eran collejas, para la tortilla o en ensalada. Las "vinagreras", se freían. Muy sabrosa también la "tetica de vaca", como una lechuguita con flor.
Y para curar granos infectados teníamos en maceta un cactus, el "curalotodo", que no pinchaba, con hojas de forma redondeada, lo pelabas y lo ponías en la herida con una venda y a los pocos días el grano soltaba la pus"
Albahaca (Ocimun basilicum)
Pasan los años y trasmites a tu hijo lo que aprendiste, al igual que le enseñas a cuidar las plantas, a reconocerlas, a quererlas, si en algún momento esta cadena se rompe, se pierden estos valiosos conocimientos.
Las plantas seguirán ahí, queda demostrado que contra ellas nada puede; nosotros, no, somos frágiles; quedarán los libros a disposición del lector; pero si a nadie contamos lo que sabemos, si no lo compartimos, entender que acabaremos enterrando un saber ancestral, algo tan imprescindible, de tal valía, que debemos conservar. Así que aquí, qué extenso es este papel, voy a dejar vuestra "memoria floral" porque quiero aprender, quiero escuchar, quiero salvaguardar.
Empecemos con Paca ( de Villamanrique) y su prodigiosa memoria:
"Antes el campo era otra cosa y se nos ha olvidado.
La corregüela , no he cogido yo sacos para los gorrinos que teníamos, que los criábamos. La mejorana, "el que la huela por la noche ve lo que ama", preciosa. La árnica, por ejemplo, aquí había una mujer en el pueblo que se dedicaba al campo y sabía de todas las hierbas medicinales y a mi madre le llevaba siempre la árnica para que ella la echara en alcohol y eso era para los dolores. Esa mujer sabía de hierbas, las conocía todas, era ya mayor.
Nos comíamos los panecitos de las malvas, la flor lila de los chupamieles y nos las comíamos, íbamos los domingos a buscar, las pencas de los cardos también nos las comíamos.
Aquí en el pueblo se crían muchas plantas medicinales y hubo unos años que venían gentes a recogerlas para hacer medicinas. Estaba el marrubio, es buenísimo para los pulmones, se criaba en la Casilla de la Puebla, ese se lo mandaba yo a Cirilo y se lo tomaba durante 9 días y se le quitaba el ahogo.
El culantrillo que se cría entre los riscos de San Isidro, hierba fina que no faltaba en ninguna casa, era para la regla, te hacías una taza de aquello y se te quitaba el dolor. De la mitad ya no me acuerdo pero había un montón de usos, con tantos herbicidas se han perdido muchas. Anda las malvas, los panecicos eran riquísimos, ahora tienes miedo de comerte algo.
Recuerdo ir con mi suegra, muy trabajadora, íbamos con un borrico a buscar algarabía, cogíamos mucha y luego a atar escobas, ya teníamos para todo el año; luego íbamos al Campo de San Miguel a coger heno, ¡traíamos unas cargas de heno entre las dos!, luego recogíamos manzanilla, siempre estábamos "enredás", hacíamos mostillo, arrope...Nos íbamos a las 5 de la mañana con la borriquilla y volvíamos a las 12, con esos calores, penando, qué distinto a estos tiempos, no se sabe lo que es trabajar"
"El trigo cuando estaba granado, verde, lechoso, cogías unas espigas, las desgranabas y te las comías, muy sabroso.
Cuando llegaba la recolección lo pasábamos por la trilla y después de aventado y limpio se llevaba al almacén de trigo o a las casas. El uso para harina y pan; en las fiestas se tostaba y se comía como trigo tostado, una comida especial era hacerlo como el arroz con manitas de cerdo.
Usábamos la flor de malva para hacer vahos para el resfriado, también con el poleo y la mejorana.
El romero y la mejorana en alcohol para las friegas.
La mejorana en el arreglo de las aceitunas.
El hinojo para las berenjenas.
Manzanilla en infusiones, colgada en la cámara para que se secara.
El esparto era una materia prima indispensable para las tareas agrícolas, para todo tipo de cordelería, las esteras de las casas, los capachos y las espuertas para la recogida de aceituna y de la uva que aún quedaba. Es que antes había por aquí mucha viña, más que olivas.
El orégano para el adobo de las matanzas. Tomillo en infusiones.
Para el dolor de barriga, malvavisco.
Recuerdo que tostaban la achicoria en un cazo viejo, la machacaban en el almirez y la hervían en un puchero con agua.
El heno se usaba para hacer escobas tanto para barrer como para, con cañas largas, quitar las telarañas. En los hogares más humildes se usaba para rellenar los jergones para dormir, no podía comprarse lana, así que sobre heno y hojas de las panochas se dormía.
Pero también se hacían escobas con una planta que podemos ver a menudo en los caminos, la escobera, en un solo paseo ibas recogiéndola y cuando ya tenías un buen haz la dejabas en la cámara colgando hasta que se secara, era la mejor para barrer las calles empedradas y las eras.
Juan Rodríguez Macías, tío de mi padre, tenía libros de botánica, que eran de su hermano Hipólito, recogía la hierba platera porque tenía una afección cardíaca, creo que la tomaba en infusiones, recuerdo recogerla con él en el calar.
Mi bisabuela, Vicenta Ballesteros, que era conocida por "arreglar los huesos", también sabía mucho de plantas medicinales. Y con la "camisa" de la culebra conseguía que cicatrizaran las heridas, recuerdo que llevaba en un trapo un trozo.
La flor del saúco para lavar los ojos, ya seca se hervía en un cacete y se echaba en un vaso pequeño del anís que encajaba perfectamente con la cuenca del ojo, empinabas el vaso y ya podían eliminarse las legañas verdes y otras afecciones.
Con los cardos grandes, abríamos el pincho y le quitabas los folículos y quedaba una parte blanca y carnosa que nos comíamos.
El laurel seco lo dejabas en la alacena para los insectos, cucarachas...
La hierbabuena para arreglar los caracoles y para hacer andrajos.
Quisiera recordar un cultivo que se ha perdido por aquí, el del centeno. Era un cereal de caña oscura y esbelta, la caña se usaba para rellenar el armazón de las albardas de las caballerías y su grano era utilizado para pienso de las mismas y a veces para mezclarlo con harina de trigo. Lo llevaban a molinos particulares. En Puebla los había, igual que bodegas y dos molinos de aceite.
Llevo más de 40 años sin ver un campo de centeno"