Soñaba con ser artífice de mapas y cifrar los recorridos con las líneas que trazase mi descolgado compás.
Rubricar cada chozo, cortijo, molino...
No sé si he mencionado que lo conseguí y en los destinos donde confluyen arroyos, ríos, puentes... me acerqué más a los trazos y vi crecer y elevarse por encima de cada modelado las suaves formas de cada accidente.
Iba despacio deletreando cada circunstancia adscrita cuando reparé, en el horizonte, en unas ruinas con arcadas, en el camino que recibe a La Calera y preguntándome por la factura de aquella liviana arquitectura, bajé del cerro donde se aposenta Alhambra y deliberadamente profesé ser recorrido y me hice senda.
Abajo, antes, pasé, me trasmuté en una tumba más de la necrópolis que eclosiona junto a los colegios, hoy dormidos a la espera de voces y cuadernos.
Ignorar me movía hacia ese punto donde acerté a imaginar, quien sabe si un capricho entre las soledades ahora yermas de un paisaje que en primavera florece entre humedales.
A Alhambra la definen tantos aciertos que acabé citando manantiales de corrido y tras ello elaboré una lista que comprende desde el desbrozado, la siega, la calma, el esfuerzo, la mies, la guadaña, el cántaro, la noria...ahí fui extendiéndome como si para frenar mi alzheimer concluyera, como cada mañana, que el ejercicio fonético tendría que plasmarlo en mi memoria, pues carecía de hojas donde garabatear tal acúmulo de ilusiones.
Obligado como estaba a empujar las palabras para encerrarlas, porque si escapaban, miedo sentía, jamás volverían a mi lacerada mente, dime cuenta de que el camino, carretera, pista, senda (disculpen la lista de sinónimos pero tengo que ejercitarme)..se estrechaba y en un recodo se abría hacia ese desfiladero de arcos que asemejaban ventanales para atrapar aún más la luz que asola los campos manchegos.
Lo primero que hice, tras una breve parada y tomar aliento, fue buscarme en un manantial, de esos que jalonan cada pliegue de mi mapa y que hay que ir redescubriendo porque estar, siempre han estado y seguirán ahí, le pese a quien le pese.
Me emocionó la vista de un pozo y al asomarme descubrí, con el pálpito del miedo al derrumbe, que un goteo incesante alumbraba al culantrillo. Me encontré con un pozo que, envolviendo en su cáscara de ladrillos a otro mas viejo, como la ropa que llevo desde hace décadas, tendría también en su foso, quizás, la enfermedad de la flaqueza.
Las hierbas, multiplicadas, me impedían afrontar el paso pero ellas, acostumbradas a ganar batallas desconocían que yo ya había lidiado con un cáncer y con sus sesiones interminables de quimioterapia.
Fingiendo mi victoria, me descubrí como un hombre ya no avejentado y sentado en un banco de los que hoy no aciertan a hacer y suspiré por cada uno de los encuentros que en mi larga vida me habían deparado imágenes que complacían mi fatigosa memoria.
Ya sabía que eras ensanche de aguas, paso a nivel de una fuente menoscabada. Al verte vi que el derrumbe había cegado tus canales, tus acequias de jabón y espuma, y evocar siguió siendo mi ejercicio.
No sé si soñaba con los ojos abiertos porque no tengo espejos que me repliquen, pero al fondo, el Juego de Bolos se mofaba de las ruinas, porque los montes jamás se deshacen ni se construyen, se transforman tan lentamente que nada aprecia el ojo abierto o cerrado del hombre que cree estar soñando.
El sol pregonando las tibiezas, albergando las sombras de las sábanas que extendidas quién sabe dónde se depositaron.
Uno quisiera ser ventana, de habitación para adentro no, ser ventana al abismo de paisajes que se multipliquen como las ruedas que no cesan en sus viajes.
Viajar es salir, escapar, huir, volar, transmigrar,...libertad.
Ahora sé que muy despacio fui caminando, mejor levitando entre los montículos de teja y barro, de cielo derrumbado entre cenizas de troncos acicalados, abrazos de tierra en defensa, de agua cenagosa que ha dejado de correr entre los cadáveres de pilas.
Evocando imágenes suspiré...
Suspiré como el equilibrista que intenta llegar al extremo opuesto pero que duda.
Suspiré porque la fuente yacía cegada en el más insoportable de los destinos, el de la ruina, el del abandono.
Y quise escuchar como si un ruido de lápices que caían de mi pupitre ya no podrían rehacer el lavadero donde alguien, a quien nunca conocí, dedicaba canciones a su hijo, mientras frotaba las prendas que cubrirían su desnudez.
Y me aparté del brillo opaco de la ventana que cerrada en mi habitación me recordaba que ya no era un niño , que solo era un anciano más, confinado en su cama en un asilo donde se duermen y acallan los recuerdos, amontonados bajo pilas de diagnósticos y problemas que nos han ido asignando.
Y volqué la mirada hacia otro rectángulo, el de la sombra de una mesita a la que mi mano inmóvil nunca llegaría a tocar.
Agosto 2020.
Dedicado a todos los que siguen confinados en residencias, a los que conozco y a los que no.
Muy hermoso y muy triste como la suerte de los mayores que tanto dieron y tan poco reciben en estos tiempos sombríos
ResponderEliminarCierto, pero siempre hubo y habrá excepciones. Gracias, un abrazo.
EliminarQué decirte, Rosa, uno que siempre anhelo hurgar en todos y cada uno de los pliegues de esos mapas viejos, a veces garabateados, y con lo bien y el cariño al terrazgo que lo haces... pues que me encanta!!! Me sumo a tu dedicatoria
ResponderEliminarLo de hurgar en mapas es ya una institución, una forma de aprehender las oportunidades que se esfumaron, por suerte siempre nos quedará la fascinación por la cartografía. Gracias por todo, un saludo.
EliminarMe ha encantado y emocionado este relato, donde las ruinas devastadas se identifican plenamente con las que provoca el alzheimer en el cerebro de los seres humanos. Tu sensibilidad marca un relato breve y fascinante, ese homenaje tan merecido a todos aquellos que pueblan las residencias tan dañadas por esta enfermedad maldita que nos acosa sin tregua. Tu vocabulario tan rico, emana calidez, comprensión y solidaridad, emociones que en estos tiempos y siempre, deberían predominar en todos nosotros. Enhorabuena por este relato y por tus bellas fotografías de Alhambra, que conforman de manera francamente hermosa ese sentido homenaje que has querido dar a todos aquellos que se sienten perdidos entre las residencias y la enfermedad. Un abrazo!!
ResponderEliminarPerdidos en la trayectoria de una vida que ya no pueden dirigir. El acabar en manos de otros conlleva un enorme recelo, aunque siempre habrá excepciones. He visto tantas situaciones, que no puedo juzgar. Gracias, un saludo.
EliminarAmiga Rosa, he estado leyendo tu narración sobre el lavadero de Alhambra, y he de confesarte lo siguiente: Mientras iba leyendo la narración y observando las fotografías, iba pensado que al final Rosa pondrá de quien son estos textos... ¡y una leche!, pues por más que buscaba no aparecía nadie. ¡Pero muchacha! ¿Qué melancolía te ha invadido? Sé que tu trabajo es difícil, muy difícil, y sé qué está lleno de profesionalidad y sobre todo de amor por los más desfavorecidos, y lo has plasmado en esta narración. Si yo la hubiera hecho, hablaría de muros, cubiertas, mampuestos, dinteles… pero nunca, nunca, me acordaría de los ancianos que lo están pasando muy mal en las residencias, y a los que tú le dedicas estas líneas ¡Ole ahí tus ovar….!
ResponderEliminarDel solar que queda del lavadero ¿qué te puede decir?… pues nada. Otro hito destruido y en el olvido. Bueno, al menos ha servido para decirles a los demás que nos acordemos de las personas mayores que están ¡más solas que la una! en las residencias, eso sí, al menos bien atendidas por profesionales que bien merecen un aplauso en estos tiempos que corren.
Un beso de tu amigo Miguel.
PD. No quito ninguna palabra.
Es que veo innecesario poner que sea yo la autora, prefiero ya citar a los que llegan, como se merecen, y dejar que lo que es obvio siga siéndolo.
EliminarCon tu generosa habilidad para sembrar empatía y con tu enorme trayectoria, seguro que habrías reconstruido el lavadero y acabarías dándole vida a quienes allí hicieron del agua una parte fundamental en sus días.
Gracias por todo, un saludo.
Preciosa entrada. Con tus palabras has creado imágenes más hermosas de lo que ha hecho tu cámara, y era muy difícil de conseguir.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Exageras, Antonio, es solo que cuando algo oprime es necesario dejarlo salir, muchas gracias.
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