"Por saborear un poco del silencio que nos rodea, y quizá para recordar los olores a puchero que ya no son..."
José María Cantarero Quesada.
"Plantado en medio de la plazuela y observado la mole parroquial, aquel señor podría parecernos una pieza más de la cotidianidad que vestía la primera mañana, pero se intuía que el tipo es un peón ajeno al tablero rutinario. El día, extraño para aquella época del año, soleado y gélido, más propio del frío invierno meseteño que del otoño que nos traía, lo arropó con polvo de escarcha y Juan, amarrado a un escaque particular de la retícula viaria, aspiró el silencio propio de aquellas horas.
Enroscados junto a la portada, en pie y al abrigo de cualquier momento histórico, dos contertulios evitan sentarse en el poyete del atrio, aún a la sombra, y entretejen su vejez soleándose allí donde los hilos de luz les calientan sus arrugas. Entretanto llega el ángelus, y evitan la venida del demonio, recuerdan las vendimias que fueron mientras afilan sus garnachas oxidadas en el asperón de la fábrica parroquial. La faena parece venir de largo y tener buen tajo, pues la huella de aquella faena ocupa todo el frente sureste de la iglesia de San Andrés Apóstol, a uno y otro flanco de la portada dejando marcas verticales en buen número de sus sillares. En haces de tres, cuatro, cinco...y quién sabe hasta cuántas líneas paralelas.
Cicatrizados en la piedra, aquellos trazos parecen evocar el arte más primitivo, aquellas barras y pectiniformes que brillaban con el primer hilo de luz del solsticio de verano. En una esquina del damero que conforma el atrio de la iglesia, junto a la escalinata, armada de moño y delantal de cuadros, una señora hace la guerra por su cuenta. Con cierto frenesí y buen ritmo agita un soplillo mientras forcejea por prender un brasero de picón de jara"
José María Cantarero Quesada.
"Sólo el sol y el portal
sin más obligaciones
ni ambiciones
ni intereses.
Sin tener ná que hacer
ni qué ganar ni qué perder
aquí estamos tan bien"
Albert Plá.
Toda esta historia, magníficamente ilustrada por las palabras de José María, parte de aquel 21 de abril del 2020 cuando la casualidad propició que me fijara en las marcas que jalonan los sillares de la iglesia de San Andrés. Parece que tal como comenzamos a ver la vida de otra manera durante la pandemia, a la par, viésemos lo que tan cerca teníamos al detalle. Era el momento de hacerse preguntas. Y así me ocurrió. No sería hasta años después cuando le pedí a mi amigo José María que intentara desentrañar el alma de estas piedras, los signos que las abren, que dejaron hace tantos siglos y que son una parte más de la fábrica del templo. Hay numerosas marcas de cantero y cruces, señales de afilar navajas y otras que no alcanzo a comprender.
José María, por aquel entonces, me explicó asuntos sobre sillares y pasó a fabular, tal es su inclinación, y a entretejer una historia sobre el atrio y las gentes que allí daban fe de lo que acontecía. De ahí que hoy les deje con este magnífico texto, donde se nos acerca, con tan solo una pincelada, al Juan de Arama que ideó la preciosa portada de la iglesia.
Todo esto, con el tiempo, dará para otras historias, esta vez de investigación, donde nuestro historiador, enamorado del Campo de Montiel, desde la distancia, nos irá desvelando sus secretos.
Les dejo, para abrir boca, con algunas de las marcas que aportan sentido a la iglesia. Todo, en un conjunto, nos está contando lo que aconteció hace siglos.